La lealtad según Mas

Es muy difícil separar el desvarío político del análisis económico cuando se mira a la situación de Cataluña. Ayer, Artur Mas y Andreu Mas-Colell criticaron la «deslealtad» del Estado que les ha impedido cumplir el objetivo de déficit, el cual situaron en el 2,3% del PIB catalán cuando debió ser del 1,5%. Anunciar unilateralmente el incumplimiento de un compromiso cuyos efectos exceden a su comunidad autónoma e incluso a España, les debe parecer a ambos un ejercicio de lealtad institucional.

Mas-Colell tiene razón en muchas de sus quejas. Ayer, por ejemplo, apuntó a que las medidas de ahorro en Sanidad y Educación han llegado tarde y han tenido poco impacto en el presupuesto de las comunidades autónomas. Aseguró que de los 1.009 millones que se preveía gastar de menos en ambos capítulos, la Generalitat considera que apenas se han conseguido 143 millones. «Los cálculos del Estado estaban sobreestimados y el despliegue de las medidas ha sido más lento de lo anunciado», afirmó en su presentación.

Pero cuando se exhibe un argumento tan poderoso en un contexto victimista (acompañado por la consabida letanía de que «no se ha transferido la disposición tercera del Estatut» -que en el resto de España se percibe como una ventaja impropia- o que «se penalizan los retrasos a la Seguridad Social» o que «las comunidades no comparten los nuevos ingresos tributarios»), éste pierde fuerza.

Sobre todo cuando se aprecia que hay bastantes estructuras de Estado en Cataluña que permanecen intactas frente a los inevitables recortes, salvaguardadas única y exclusivamente porque son funcionales al proyecto soberanista.

El 6 de enero pasado, Mas-Colell publicó en La Vanguardia un artículo titulado Nuestro precipicio fiscal, donde muchos creyeron ver un intento de volver a convertir el conflicto con el Gobierno de Rajoy en el clásico pulso fiscal que ha marcado las relaciones entre la Generalitat y el Ejecutivo español. En él reclamaba una revisión del objetivo de déficit en 2013. Solicitaba que se subiera del 0,7% del PIB al 1,5%. Por primera vez descubría un argumento nunca citado: que la decisión de Montoro de no flexibilizar el objetivo de déficit en 2012 había contribuido «a precipitar el conflicto político entre el Estado y Cataluña». Mantener la misma posición en 2013, añadía, es «intelectualmente débil, políticamente miope y moralmente obtuso».

Mas-Colell es el economista más prestigioso que hay en España. Artur Mas lo sabe y por eso se arropa con su aura. Pero no se ve qué sentido puede tener que el sabio catalán utilice su prestigio para debilitar el crédito de las maltrechas cuentas españolas en vez de contribuir a recobrar una credibilidad que le vendría muy bien a su comunidad autónoma para volver a los mercados financieros. Él sabe bien que pedir más déficit cuando no se es capaz de financiarlo es una engañifa para traspasar culpas a otros.

La unilateral proclamación de un incumplimiento escenficada ayer en Barcelona recuerda a cuando Rajoy anunció por su cuenta y riesgo el objetivo de déficit para 2012 ante los mismos que debían dejarle el dinero. En estas cosas, es preciso un poco de pudor.

john.muller@elmundo.es